martes, 3 de octubre de 2017

Madrid, el día después del referéndum catalán

Madrid. "A ver si después de todo esto podemos sacarnos de encima a los gobiernos. Los dos: catalanes y españoles. Todos. Ninguno de ellos entiende nada, y es que no entienden al pueblo porque no le conocen". Francisco está molesto, "apenado", dice él, mientras sirve el cortado en un bar cercano a Plaza Colón. "España es una sola y a nadie le gusta que le arrebaten lo que es suyo, pero esas escenas no se me quitan", asegura, mientras se pasa el dorso de la mano derecha por la frente, por esa región que simbólicamente alberga la memoria. "Ese Puigdemont es un irresponsable, hizo ir a la gente con los niños a resistir a las escuelas: no tiene dos dedos de frente; pero lo que hizo Rajoy no tiene nombre, señora, no tiene nombre. Esa gente quería votar, ¿entiende usted? La consulta era ilegal, sí, pero les apalearon solo porque querían votar y eso no puede ser. Mire la imagen que estamos dando ahora al mundo…". La jornada de ayer en Cataluña, esa postal dramática del referéndum independentista declarado ilegal por la Justicia y las multitudes agolpándose en los colegios para emitir su voto en medio de la represión de las fuerzas de seguridad del gobierno central pegó duro en el corazón de la democracia española. En los mayores que aún tienen fresca la grieta de la guerra civil y también en los más jóvenes, que crecieron creyendo que la democracia es una suerte de don natural y ahora se desayunan con que también el sistema puede crujir y ponerse en riesgo. Antonio es un hombre grande. Vive en las afueras de Madrid pero vino esta mañana a la capital a hacer un trámite con su esposa. El sol del mediodía pega duro y de a ratos hay que buscar refugio en la sombra, allí donde esté. Para Antonio, a Rajoy no le quedaba otra opción que "utilizar la fuerza". "Pero, hija, ¿qué otra cosa podía hacer? Los catalanes son como esos hijos a los que desde pequeños les dan todo lo que piden y entonces, cuando crecen, maltratan y hasta golpean a sus padres. ¿Qué más quieren? Claro que no me gusta lo que vi, pero tampoco me gusta que nos desafíen así al resto de los españoles. ¿Y después, qué? ¿También querrán irse los vascos, los gallegos? No, señor, eso no se puede permitir", dice Antonio en la Gran Vía, a la altura del Callao, mientras su mujer trata de calmarlo acariciándole el brazo. "Es que se pone tan nervioso con la política", dice ella con una leve sonrisa de complicidad. Para Sofía, empleada en una casa que vende servicios de celulares, la violencia empleada ayer contra los votantes en Cataluña es "indigna de una democracia". "Esa gente estaba desarmada, ¿tú les has visto? Fue una locura", se lamenta. Es difícil encontrar en esta ciudad alguien que justifique la sangre en ancianos y niños que pudo verse ayer como producto de la violencia que utilizaron la policía nacional y la guardia civil y que los propios organizadores del referéndum se ocuparon de divulgar en los medios de todo el mundo. Sin embargo, a la hora de analizar la situación y de intuir lo que viene, algunos buscan ir más allá de la desolación y entender cómo se llegó al famoso choque de trenes que se venía anunciando hace tiempo. Ni aún quienes justifican el uso de la fuerza creen que el presidente de Gobierno Mariano Rajoy haya procedido correctamente durante estas semanas. Es decir, la desproporción de esa fuerza pudo evitarse, cree la mayoría, que por otra parte señala la ausencia de liderazgos sólidos y respetables en todo el arco político. La decepción con la clase política es abrumadora, todos los comentarios exhiben la desconsideración y la desconfianza y casi no hay figura que se salve de ese desprecio. La mayoría de los análisis apuntan a la falta de destreza y a la necesidad mezquina, tanto por parte de la Generalitat como por parte del gobierno del PP, de utilizar en beneficio propio este conflicto cuyo límite aún se desconoce. Del lado catalán, habría por parte del presidente Carles Puigdemont una necesidad de legitimar un liderazgo pobre de origen; por el lado del gobierno central, el objetivo mayor sería desviar la atención pública de los fabulosos escándalos de corrupción en los que se han visto envueltas diferentes figuras del Partido Popular. En el medio, los ciudadanos y la inquietud y la incertidumbre por lo que vendrá. "Esto es grave, muy grave. Con lo que nos ha costado construir una democracia", dice Luz, ojos negros y profundos, rostro con surcos de vida intensa. Luz atiende desde temprano en una tienda del centro. "Rajoy es un débil, necesita mostrarse fuerte, pero siempre ha sido un débil. Este capítulo le ha salido mal. Tal vez él crea que salió fortalecido, pero no. Puede costarle caro, a él y a todos nosotros", susurra. Y su susurro vale como un lamento.

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